"Albricias, amantísimo progenitor", dice el enano cabezón que lleva el pelo negro como el sobaco de un mono mandril.
Hace ya un tiempo los niños nos dividíamos en dos facciones claramente enfrentadas. Los que leíamos a Mortadelo y nos zurrabamos la badana en el patio a mano abierta (que disgusto tendrán los dentistas con tanta ley maricona y descremada que evita esas contiendas tan amenas), y los “Blandiblús”, que compraban el Zipi y Zape Especial y eran, como no, los que recibían las hostias, por horteras y pijos. Y es que los Zipizape olían a alcanfor desde canis.
El padre, el Pantuflo de las pelotas, experto en colombofilia, que todos pensábamos que era algo muy guarro que hacía con la Espátula, su mujer, claro, no teníamos tantas perversiones rondándonos por la cabeza, cuando le daban al mete- saca en el cuarto de los ratones, que era el único sitio donde, seguro, estaban a salvo de los cabronías redichos de esos hijos, mas jilipollas que las pesetas, que habían criado.
Menos mal que, de tanto llegar tarde a clase, cero en puntualidad, acabaron por dejar de asistir, mandaron al cuerno al Teódulo, otro que tal baila, y le metieron dos cuchilladas en el hígado al primo Sapientín. Que ese si se lo merecía por chivato acusica.
Zape durmiendo la mona después del "Efecto Don Simón" con anfetas. |
De ahí a meterle mano al culebro del Seat 128 para descerrajar las ventanillas de los coches en el aparcamiento del Alcampo y levantarles el casette Blaupunkt, solo un paso. Y pasó lo que tenía que pasar, que esos gamberros predestinados acabaron pasando mandanga en Las Barranquillas y maqueando cundas para salir del apuro económico (La herencia de los padres se la fundieron en pasta de coca y nunca conocieron mujer receptiva que los apartase del mal camino).
Zipi se rehabilitó y hoy trabaja de ferrallero en un taller de la Seat en Pozuelo, cada vez que escucha rumores de que la fábrica cierra y se la llevan a Asia le entra un picor de venas de la hostia.
Zape cayó en una traca a la salida de un Caja Madrid, se llevó por delante, a tiros, a Don Ángel y tres picoletos mas, antes de que el chucho de la guripa, el tal Tobi, que aprobó las oposiciones enchufado por un cuñado funcionario, le mordiera el cabezón dejándolo para los restos y contagiándose de SIDA.
Esa es la realidad que sufren en silencio, como las hemorroides o las perdidas de orina de Concha Velasco, un montón de niños reprimidos que, como no pueden sacarse la adrenalina del cuerpo a gorrazo limpio, la acumulan, hasta que un día agarran la lupara que guarda el viejo en el Chalet de Somosaguas y lían una sucursal de Columbine en el centro comercial de la urbanización.
Y no comprendo como siendo conocedor de esto, Paco, sigas sin dejarme fumar en el bar, coño.
Cóbrame que me voy a ver “Saber vivir”.
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Se agradecen los comentarios.
Se agradece mas el sexo despiadado con Hale Berry, pero tus comentarios también.
Pero no tanto.